Hace calor en la habitación y la luz del día se cuela por la persiana entrebajada. Una bermuda azul claro. Una alma que pide libertad, unos ojos a veces incómodos por mi presencia.
Hoy hace un año cruzamos nuestra primera mirada. Sin aún saberlo, mi vida estaba a punto de transformarse por completo.
Eso al menos ya nunca cambiará.
Este año ha sido revelador por como he tomado consciencia de mi persona y de mis momentos vitales.
Me he confrontado con una revolución y una vorágine emocional en mi interior; un ejercicio de aprendizaje personal que no había experimentado nunca igual. Muchos cambios, evolución y renovación.
El plano sentimental ha gobernado muchas veces en este caos personal. Complejo.
Confrontación y comprensión.
Creo que en todo tipo de relación el juego debe ser recíproco. Entiendo que cada persona tiene sus circunstancias: su momento vital. Y he aprendido que si no es mutuo, no vale la pena forzarlo. Debo intentar serme más justo (aunque los sentimientos lo hagan complicado).
Por esto estoy algo enfadado conmigo mismo. Pero no me juzgo… aprendo de ello también.
Ahora sé que no voy a dejar de respetarme, conozco lo que merezco (porque también sé lo que ofrezco) y comprendo que todo llega a su debido momento.
Me quedo con todo. Con lo bueno y no tan bueno. Me quedo con el amor. Me quedo con el crecer, el aprender, el descubrirme y conocerme. Nos quise bien; siendo nosotros mismos. Compartir, acompañar, sumar. Me quedo con todo. Me quedo en paz.
Me escribo porque necesito decirme que tomo distancia. Tomo distancia para acabar de sanar, ordenar y avanzar.
